martes, 21 de noviembre de 2017

Los pies de barro del capitalismo (opinión)


El origen de la expresión "pies de barro" está en el Viejo Testamento y tiene como protagonista a Nabucodonosor (605 - 562 a. C.) rey de Babilonia. El monarca soñó que una gran estatua con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de cobre, piernas de hierro y pies de barro quedaba desintegrada por una piedra que al rodar de la montaña había impactado contra sus pies. En la Profecía de Daniel, capítulo II, números 31 al 35, dice: “entonces se hicieron pedazos igualmente el hierro, el barro, el cobre, la plata y el oro, y quedaron reducidos a ser como el tamo de una era en el verano, que el viento esparce (capa dura y no comible del grano que queda esparcida en el terreno luego de cosechar). Así no quedó nada de ellos” (fuente: enciclopediadelapolitica.org).

Como describe Jorge Alemán en su libro “Horizontes Neoliberales en la Subjetividad”: “el capitalismo ha logrado para su extensión planetaria, intervenir, modular y producir una nueva subjetividad”, a la cual “sólo la emergencia siempre contingente, de un sujeto popular soberano, puede abrir un hueco”. No todo en nosotros es territorio tomado; la imagen que acompaña este escrito muestra algo de eso que señala Alemán y que por lo general pasa inadvertido o es interpretado desde la lógica costo-beneficio del dinero. Tal vez, como en el sueño de Nabucodonosor, el éxito futuro de una nueva política que pueda ir más allá de los límites del capitalismo, no esté en competir contra lo que es su fortaleza; sino en neutralizar las variables que sostienen la imposición de su cultura, acrecentando los espacios no “tomados”.

Hace mucho -pero no tanto- a fines de la modernidad, el tiempo que  campesinos y artesanos dedicaban a la supervivencia seguía un criterio muy distinto al que -con esfuerzo- el capitalismo industrial logró imponer. Durante el feudalismo un siervo producía lo necesario para su bienestar, sólo agregaba un poco más previendo alguna eventualidad y para el correspondiente diezmo. La falta de centralidad que tenía la producción en la vida personal explica mucho del porqué hasta la revolución industrial, las tasas de crecimiento eran muy bajas. “La productividad no era un fin en sí mismo, pues a pesar de que se podía producir más, se prefería producir lo suficiente, y dedicar el resto del tiempo al ocio” (fuente: aquesada.com)  

Los trabajadores opusieron una gran resistencia a reemplazar su forma de vida por la que les deparaba  ser empleados por los capitostes de la industria. El cambio les exigía perder gran parte de las libertades y transformar sustancialmente su estilo de vida. Los Bills for Inclosure of Commons (leyes sobre el cercado de terrenos comunales) había permitido a los "lords" británicos apropiarse y cercar los campos antes propiedad comunal explotada por el conjunto de campesinos locales. Sin embargo, hacinados en las ciudades -y pese a la miseria otorgada- ellos huían a la proletarización  abandonando la aparente fortuna de tener un salario asignado.

La alienación producida en ese momento histórico está suficientemente explicada por Marx, pero puede destacarse algo: la exaltación de la libertad económica de las clases adineradas –paradójicamente- significó la pérdida de la libertad para el resto de los habitantes. En Argentina, basta leer el Martín Fierro para encontrar ese cambio retratado con claridad en las diferencias entre la primera y la segunda parte del escrito. La "ley de vagos y mal entretenidos" prohibía no tener empleo. O tenías la “fortuna” de un conchabo en alguna Estancia, en las extracciones madereras, azucareras o algodoneras mayoritariamente inglesas; o de lo contrario te mandaban a la frontera a matar “indios”.

Probablemente, con ánimo de otorgar una justificación religiosa -aunque no sin desacierto- desde aquellas épocas se asimila el “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” del Antiguo Testamento, con el posterior concepto burgués de “el trabajo dignifica”.  Si bien los significantes pueden tentar a ser asimilados, los significados de una y otra afirmación -relativos a las épocas en que fueron dichas- son distintos.  En el Antiguo Testamento, el trabajo aludido como causante del “sudor de tu frente” es aquel que sería desplazado muchos siglos después por el capitalismo industrial.  En tanto que el objetivo en la segunda afirmación, pareciera estar definiendo "el ser" por contar con un conchabo o empleo.

Se supedita la dignidad a un merecimiento. Se desplaza la dignidad intrínseca de cada hombre y mujer que definen los diccionarios y proclaman las Declaraciones de DDHH –especialmente los principios llamados de segunda generación- y los Tratados que ellos inspiran. Por cierto, afianzando un sentido común oportuno y útil para quienes requieren de mano de obra disponible, sea la de los gauchos corridos de los campos o la de los “cabecitas negras” provincianos en busca de mejor suerte en las grandes ciudades.

Otro concepto que podría generar más de un yerro en cualquier análisis es suponer que el capitalismo aún viene por nuestra fuerza de trabajo y no por nuestro tiempo.  Si no fuera así, no podrían explicarse el martilleo de la tv o la saturación de información sesgada desde las redes, destinada a convertir en competencia y rédito todo plus y/o tiempo disponible. Sin tiempo no hay posibilidad de reflexión , ni de profundizar la comprensión de la realidad común, ni de crear alternativas a la asimilación. A partir del Siglo XX al capitalismo no le alcanzó con explotar la fuerza de trabajo. Hoy el avance sobre el tiempo de cada uno implica todos los ámbitos;  no se limita como en un principio al terreno de la producción y eso es así con independencia del “estatus social” que provisoriamente se detenta. 

El filósofo, escritor y cineasta francés Guy Ernest Debord en “La sociedad del espectáculo” propone una justificación del porqué de este avance: el obrero o el jornalero cuentapropista encuentran cada día en el disfraz de consumidor, un status prestado que resulta una inversión compensatoria a la desvalorización que siente como engranaje.  El sociólogo estadounidense Richard Sennett en “La corrosión del carácter”, sostiene que hasta hace pocas décadas el capitalismo no había podido expropiar tiempo de quienes estaban en el escalón más bajo de la sociedad. Hoy ni siquiera “los pobres” pueden disponer gratuitamente de su tiempo, pues se les ha expropiado, incorporándolos a la carrera de las marcas y al consumo de estatus. “El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos (y formalmente libres) sino al ciclo integrado de trabajo. Sólo los desertores escolares, los vagabundos, los fracasados, los ociosos desocupados pueden disponer libremente de su tiempo” (fuente: herramienta.com.ar) . Nuevamente aquí la indignidad de la falta de trabajo  –o la culpa resultante- parece ser el factor común que disciplina las pulsiones.

El industrial estadounidense Henry Ford a fines de la década del treinta , entendió muy bien que reducir una porción de los márgenes de ganancia inmediata, era en realidad una inversión a largo plazo que garantizaba la colocación de la futura producción masiva sin tropezar con el sobre estoqueo de la crisis del 30. Para eso eran necesarios más consumidores y por eso los trabajadores debían pasar a ser a la vez consumidores. Así propuso -no justamente por sensibilidad social- incorporar dos variables:  aumento de salarios y reducción de la jornada laboral para que los empleados pudieran disponer de tiempo para el consumo.

En 1931 el economista inglés John Maynard Keynes pronosticó  que en los siguientes cien años se multiplicaría la productividad y el ingreso de tal modo que se llegaría a satisfacer las necesidades básicas con sólo quince horas por semana de trabajo, con la consecuente liberación de tiempo libre para el ocio (fuente: La Nación). La diferencia sustancial de ambos planteos es el sentido dado al tiempo libre. Mientras que Ford busca apropiarse de cada hora a favor del rédito económico y para eso organizar el ocio en torno al consumo; Keynes ve en ese tiempo libre una forma de recuperar la libertad perdida por el tiempo absorbido en la subsistencia (fuente: historiaybiografias.com).

En Argentina, las vacaciones pagas logradas durante los años del peronismo, son parte del bienestar general que se democratizó estructurando una sociedad más móvil e igualitaria. Mediante el turismo social, argentinos de todas las clases sociales pudieron descubrir un país hasta entonces desconocido para ellos.  El encuentro con la naturaleza en la montaña o en las playas, era fundamentalmente un encuentro con otros argentinos y con la propia historia. Fuera de toda búsqueda de rédito económico, los precios reducidos de los espectáculos, de los viajes y del alojamiento en destinos como lo fue centralmente Mar del Plata, posibilitaron el acceso popular a lugares que hasta ese momento habían estado reservados a unos pocos privilegiados (fuente: nuevomundo.revues.org)

No hay posibilidad de capitalismos buenos como no la hay de machismos buenos. No se pueden retener las recompensas del capitalismo sin trajinar su violencia, pero seguro –así lo muestra la historia- se pueden tener otros goces y mejores. Obviamente, estamos en el planeta tierra, año 2017, el capitalismo desarrolla su hegemonía sin rivales a la vista; pero aún para lograr el primer milímetro de los pasos necesarios, es indispensable saber adónde ir. Si no fuera así, los intentos podrían quedar atrapados en un laberinto de espejos o los relativos avances -después de mucho esfuerzo- podrían volver a punto cero.

Es indigno tener que dedicar el 99% del tiempo de vida a ocuparse material y mentalmente por la supervivencia. Durante los años de gobierno kirchnerista -y pese a que rehabilitar el mercado interno llevó (tal vez) demasiado tiempo de incentivar el consumo- se avanzó un largo trecho hacia el tiempo libre si bien no alcanzara para re-descubrirlo colectivamente. 

jueves, 9 de noviembre de 2017

Ponzi, Madoff y Lebacs: catástrofe en espiral ascendente (opinión)




El “escaneo” del afuera de Militancio Bonastre detectó la importancia del fraude de Bernie Madoff y me recomendó ver la miniserie interpretada por Richard Dreyfuss. No encontré esa versión subtitulada en español pero en su reemplazo encontré el film “The Wizard of Lies”, la misma historia pero interpretada por Robert De Niro y Michelle Pfeiffer. Excelente película y de paso una manera recomendable -por entretenida- de entender la lógica de los Ponzi, los Lebacs y por qué no, de los Bancos y también algo de las motivaciones de la especulación financiera.

Bernard Madoff fue corredor de Bolsa y Presidente de NASDAQ, la segunda bolsa de valores electrónica de los Estados Unidos. Poseedor de gran prestigio en los círculos económicos y de un carisma de persona confiable, decidió desarrollar como emprendimiento particular un “Esquema  Ponzi” o “Ponzi Scheme” a gran escala para engañar esta vez -no como Ponzi, sólo a otros inmigrantes como era él y a especuladores particulares- sino también a entidades bancarias y fondos de inversión por un monto mayor a los 52.000 millones de dólares.

Relacionar a Madoff, Ponzi y Lebacs no es una ocurrencia caprichosa u original.  Ya inquieto por el creciente apetito especulativo por las letras del Banco Central en la Argentina de la gestión macrista, el portal “El Economista” -edición del 11 de setiembre de 2017- se preguntaba: ¿Está el Banco Central atrapado en un esquema Ponzi?

El negocio descubierto por Carlo Ponzi (fuente: biography.com) tenía un mecanismo de fácil comprensión: enviaba dinero a colaboradores en otros países para comprar cupones de respuesta postal que al ser recibidos en EEUU canjeaba por sellos locales de vía aérea con una ganancia de hasta el 400%.  A Ponzi no le conformó hacer el canje a su propia y limitada escala; dispuesto a encontrar inversores para obtener ganancias mayores, prometió intereses diez veces superiores a los habituales y hasta del 100 por ciento si las inversiones eran por 90 días.

Ante el meteórico éxito de su convocatoria (un millón de dólares invertidos en el primer día y el crecimiento piramidal que le siguó) Ponzi, seguramente desbordado por la situación -y tal cual lo hizo a principios de siglo XXI Bernie Madoff- dejó de lado el negocio genuino y mientras se daba una vida de lujo, terminó pagando las ganancias a cada inversor con parte de la propia inversión o con dinero de otros inversores; nunca con ganancias reales porque no las hubo.

El éxito de Ponzi lo convirtió rápidamente –para políticos y periodistas- en un empresario ejemplar. Con ese aval y con intereses que se pagaban puntualmente, cada vez más personas invertían sus ahorros y hasta sus hipotecas en el negocio. Un informe publicado en Agosto de 1920 por el analista financiero Clarence Barron del Boston Post desató una irreversible crisis de confianza. La investigación reveló que Carlo Ponzi no reinvertía sus beneficios y que en lugar de los 160 millones de cupones que precisaba para cubrir las obligaciones contraídas tan solo tenía 27 mil. El desenmascaramiento público produjo una desesperada corrida de los  inversionistas tratando de recuperar su dinero y le atrajo ochenta y seis cargos de fraude postal que le costaron catorce años en prisión.

Una debacle similar ocurrió con Madoff quien presionado por los “agujeros” que le dejaban parte de sus grandes inversores al cambiar su lugar de apuesta, algo que sucedía cada vez con mayor asiduidad, decidió revelar que de su maravilloso negocio en realidad no había nada, solo humo. Claro que esta vez, era otro el volumen y otra la característica de los damnificados. Lo condenaron a ciento cincuenta años de cárcel y más datos no doy para no quitar ganas de ver la película. Sólo una cosa: no sería raro que algunos de los numerosos Bancos que invertían en Madoff, como por el ejemplo (fuente: elconfidencial.com) el HSBC, el Banco galo BNP Paribas, los bancos privados suizos Reichmuth, Bernbassat, Union Bancaire Privee y muchos otros más; hayan aprovechado el “incendio” para contabilizar como quemados en él, montos mayores a los reales. Una manera oportuna de quitarse los propios apuros.

Madoff no repite del mismo modo a Ponzi, da un giro en espiral al fraude original incorporando mucho mayor volumen y gran parte de las más encumbradas entidades financieras; pero en ambos casos quienes pierden parecen ser los inversores. En el esquema de los Lebacs hay una nueva vuelta en espiral. Esta vez no pierden los inversores porque el “embaucador” es el Estado y como se sabe, el Estado responde con la riqueza y el aporte de todos.

Si bien los Lebacs se crean no sólo para complacer a los capitales especulativos sino con la supuesta finalidad de sustraer liquidez del mercado y restar presión sobre el precio del dólar, lo que ocurre es lo inverso: el dinero retirado de circulación se multiplica nominalmente en la caja del BCRA. Los Lebacs al vencer incorporan o pagan el interés prometido, sumando un monto superior al originalmente recibido. La diferencia –como son obligaciones del Estado- podría cubrirse emitiendo dinero; pero -dadas las metas de inflación del propio BCRA y la ausencia de dólares genuinos por déficit en la balanza comercial- no permite otra alternativa que absorber nuevamente esos pesos que habría que pagar, tentándolos con una tasa de interés superior, al mismo tiempo que se seduce a nuevos inversores. Un típico esquema Ponzi piramidal, en esta versión: garantizada por el Estado y cada vez más deudora a fondos especuladores internacionales.

El stock de Lebacs respecto de la base monetaria pasó de algo más de 40% a 115% en la actualidad. Además, la tenencia no bancaria (ej. Fondos Comunes de Inversión, compañías de seguro, personas físicas muchos de ellos extranjeros) pasó del 10% del total a fines de 2015 al 50% en la actualidad (…) “Está claro que el juego Ponzi avanza a toda máquina” (fuente: eleconomistaamerica.com.ar)

Al igual que con Ponzi y con Madoff,  la característica del esquema Lebacs es pagar un interés elevado. ¿Cómo podrían cumplirse las metas máximas de inflación de 17% este año y de 12% en 2018 si hay un equivalente al 50% del circulante total en el país en Lebacs cuyos intereses anuales equivalen actualmente a 15.000 millones de dólares o en otros términos: al 32% de la base monetaria?  El Economista cierra su nota afirmando: “La credibilidad del esquema permite por el momento administrar relativamente bien la política monetaria. El verdadero desafío será desarmarlo dentro de un marco de estabilidad de precios y cambiaria”. Pero, ¿es eso posible?, ¿acaso no era una situación similar la de los Tesobonos y los CETES (bonos de deuda a corto plazo mexicanos, destinados a desalentar la compra de divisa estadounidense para prevenir la devaluación monetaria) que estuvieron en el epicentro del famoso Efecto Tequila?

Actualmente los analistas recomiendan alargar plazos por mercado secundario. Para eso, ponen a sus gurúes de la TV y de las publicaciones especializadas, a alentar esa alternativa. Marcelo Elbaum, gerente de Negocios Institucionales de Allaria Ledesma, persuade desde el cronista.com  “los tramos más cortos vienen bajando de rendimiento respecto del mercado secundario (…) Esto se explica porque el Banco Central busca bajar el promedio de tasas que paga (el déficit cuasifical) renovando en la licitación primaria a tasas menores, y luego aumentando las tasas para absorber esa liquidez por mercado secundario". Efectivamente el mercado secundario en ese momento  pagaba un 27,30% de interés, contra el 25,90% de las licitaciones primarias. Hoy ya está en el 30% y claro, por el momento es una buena treta para atraer a los especuladores y poder convertir los vencimientos mensuales en plazos más largos y eventualmente más manejables; pero, ¿esto arregla el problema? No, solamente compra tiempo.

Mientras se avecina la tormenta, los sacerdotes y acólitos del capital siguen trepando hacia lo más alto con su fórmula para ser todopoderosos. En el juego capitalista y más aún en la ultravelocidad de la especulación financiera, todos quieren ser únicos. No se trata solo de hacer plata y vivir bien; si fuera así, a nadie molestaría que el bienestar fuera para todos.

jueves, 25 de mayo de 2017

La Feria de Discos del Parque Rivadavia


 Esta nota fue publicada originalmente en S6IS La Revista de Caballito, sección cultura.

Un domingo a mediados de 1982 conocí a quienes convocados por la música no hacía mucho habían comenzado a juntarse en  Parque Rivadavia. Después de probar citas en distintos lugares de Capital y de Gran Buenos Aires, algunas concluidas precipitadamente con los melómanos en un camión rumbo a la comisaría, Caballito había resultado ser el único lugar dispuesto a flexibilizar algo del impoluto orden cuartelario en el que venía disciplinada la sociedad argentina y hacer espacio para alguna disonancia.

Los encuentros junto al paredón del Colegio Normal 4 parecían más una exhibición de trofeos que un lugar de trueque -pero sin embargo ocurría- casi imperceptible para los recién llegados como era mi caso. Se veían grupos y títulos increíbles para quienes habíamos crecido oyendo los programas de “Fito Salinas”, “Modart en la noche”, “el Tren Fantasma” o leyendo la revista “Pelo”. Discos que no se encontraban fácilmente en Buenos Aires y en ningún otro lugar del país: alguno de los cuatro primeros de Frank Zappa, Electric Ladyland de Hendrix, Crimson, Jethro, Pink Floyd, Yes, Emerson, Lake & Palmer, Gentle Giant, etc; pero también estaban los discos no menos “raros” para la época, de Manal, Almendra, Vox Dei, Crucis, Sui Géneris y otros grupos nacionales.

La movida de rock local era un tema importante en los encuentros. Se hablaba bastante de conciertos locales, de grupos nuevos que aparecían y de previos que se multiplicaban en nuevas formaciones. Eso estaba creciendo y en Caballito se lo impulsaba con fuerza. Crecía en imágenes y en charlas entusiasmadas de regreso a casa bajo la sombra de las acacias de Ambrosetti, mientras el ruido de los cubiertos en las mesas atravesaba las ventanas.

Aquellas ferias tan cercanas al horario de los formales almuerzos familiares, de las tradiciones acatadas con mayor consenso; difundían esa movida musical para nada tradicional a la que inocentemente llamábamos “no comercial”.  Algo de eso había porque claro, no era la música de mayor venta de las grandes compañías grabadoras o la más difundida por las radios; pero en aquellos días esa característica estaba comenzando a cambiar. La guerra con los ingleses recién había terminado y los grandes negocios de la música estaban haciendo el “patriótico” esfuerzo de difundir un poco más de música nacional. El consiguiente giro en las ediciones y programaciones generó muchas oportunidades de trabajo local: se necesitaron nuevas alternativas para pasar en las radios y eso movilizó la formación de grupos, la grabación en estudio y la realización de recitales.

También se expresó con fuerza en los intereses y en los oídos de los habitués de los domingos. Cuando promediando los 80’s me integré como feriante, lo hice centralmente editando de forma artesanal –como casi todos allí- recitales y demos de grupos argentinos. El Parque era el lugar indicado para enterarse de las presentaciones por venir y también para conseguir una copia en casete de las del fin de semana anterior y hasta del mismo sábado apenas horas antes. En esa suerte de emulación del grapevine telephone de los esclavos, del que habla Creedence, muchas veces, eran los mismos compradores quienes terminaban de identificar el nombre de los temas grabados, los que eran apuntados cuidadosamente en birome para mejorar futuras ediciones.

En la Feria de los últimos años de la década del 80 estaban quienes canjeaban o vendían Lps y quienes canjeaban o vendían casetes. Junto al culto de una música aún de minorías se había instalado un comercio informal que complejizaba el simple intercambio inicial. También –aunque en dirección contraria- se habían instalado las visitas policiales y el ruido del expulsivo celo comercial de algunos libreros de la Plaza. Los primeros pidiendo lo que siempre piden y los segundos, con murmullos descalificadores y malos tratos debido a que concluían que la merma de sus ventas se debía a que la plata que traía la gente al Parque "se la gastaban en música" en lugar de comprarle a ellos que estaban allí desde antes.

Los videos en VHS aparecieron con fuerza en Argentina luego de la derrota del formato Beta de Sony a fines de los 80’s. De los  primeros títulos en el Parque recuerdo algunas grabaciones de la TV inglesa o estadounidense de los Beatles y copias counterfeit, también conocidas como fake, de algunos títulos editados en aquellos países. Al iniciar los 90’s ya circulaban las primeras filmaciones de recitales o apariciones en TV de las Bandas locales: Redonditos en Cemento, en Parque Sarmiento y en Obras Sanitarias, todos tomados con una -muchas veces- bamboleante cámara; Sumo clips del canal de cable Music21,  Attaque 77 en un ensayo,  Soda Stereo en la TV peruana, etc. Esos títulos, salvo ocasionales excepciones, volaban de los puestos mucho más rápido que cualquier otro título extranjero.

Había mucho material difícil de conseguir y esa era seguramente la característica más transversal y distintiva de la Feria. Muchas veces pasaban miembros de las Bandas más conocidas a comprar una copia de sus propios recitales: Machi Rufino, Sergio Dawi, integrantes del viejo V8 y muchos más. Al Parque o a las cuevitas de música, pequeñas disquerías que se fueron abriendo en la onda que impulsaba el Parque, también iban productores o gente de la Radio. Algunos de ellos pidiendo difusión para sus grupos y -cuando ya tenían el negocio montado- amenazando denunciar la existencia de copias ilegales. De esa angurria que derrama el capitalismo también fue invadida asiduamente la movida.

A mediados de los 90’s dejé de ir como feriante no sin antes intentar poner en marcha dos ideas: la primera armar una suerte de gremio que agrupara a quienes trabajábamos impulsando y difundiendo esa cultura que crecía casi como un nuevo folklore nacional, para defendernos de aquellos que parasitaban con una postura absolutamente comercial ofreciendo una copia deficiente de los éxitos de vidriera de alguna disquería, y del abuso de “habilitaciones” con caras de próceres que nos pedía consuetudinariamente la policía. La segunda, convencer a algunos para extender la Feria a otros días y horarios más allá de los tradicionales domingos. No funcionaron.

Cuando regresé como feriante en 2003 rescatado por un amigo luego del desastre comercial que me significó el paso del neoliberalismo, la Feria se había mudado al Parque Centenario. Las autoridades que dieron esa alternativa seguramente pensaron que la habían condenado al olvido, que el cambio de lugar iba a resultar fatal para tanto acostumbrado. No fue así. La concurrencia era aún más grande que la más grande que hubiera visto en el Parque Rivadavia y hasta había puesto de sanguches y gaseosas propio. La composición era heterogénea, pero la onda de difundir  material difícil por suerte aún preponderaba.

Estuvo buena, pero duró poco. En 2004 varios operativos con persecuciones, secuestros y causas penales aniquilaron la resistente voluntad de los feriantes.  Como en los principios en los 80’s, se buscaron otras geografías; pero la existencia de la Feria ya estaba muy ligada a su identidad caballitense y como si tuviera vida propia se negó a dejar el barrio.

En Febrero de 2005 me comunicaron de un “arreglo” con las autoridades para instalar nuestros puestos al costado de un estacionamiento a pocos metros del lugar anterior. Fuimos unos cincuenta y pese a que esta vez los certificados llevaban la cara de Sarmiento, a los pocos minutos de armar los puestos una delegación de “otra” comisaría vino a querer llevarse todo. Tuvimos argumentos y coraje para irnos, si bien la gran mayoría para no volver nunca más.

Estoy convencido que el final de la Feria de Música en Caballito no obedeció a razones particulares de sus partícipes, ni mucho menos al desinterés de sus fieles y cada vez más renovados asistentes. Contrariamente el evento expresó y mantuvo como ningún otro, esa cultura de música nacional que se irradió con fuerza en el país a partir de Malvinas aunque ya venía avanzando con permanencia desde sus primeros pioneros y cultores. Fue referencia para cientos de personas de las provincias argentinas que hacían coincidir sus viajes a Buenos Aires con algún domingo sólo para poder estar allí. Fue un lugar obligado de turismo para todo extranjero amante de la música que quería saber que se “cocinaba” musicalmente en Argentina y encontrar muchas rarezas hasta en su propio idioma. Fue un hecho folklórico de la Argentina y muy secundariamente una forma de ganarse la vida.

Las grandes compañías de música habitualmente editan sólo una pequeñísima parte de lo que producen los músicos, despreciando el resto por no rentable. Pese a no resultarles provechoso a ellos, como ejemplares perros de hortelano que son, siempre han buscado -y la mayoría de las veces logrado- impedir que ese material llegue por vías alternativas a quienes no se conforman con escuchar sólo una parte de los trabajos de sus músicos preferidos. Ese “resto” esa porción despreciada por las compañías fue el objeto que con tenacidad se puso en la Feria a disposición de quien lo quisiera. Ese fue siempre el punto en discusión, el problema de fondo, de superficie… y el que definió el final.

Los Beatles fue una banda con pocos conciertos comparada con otra cualquiera de su época, detrás de los doce LP -más un EP- oficiales que publicaron las compañías durante la existencia del grupo, existe una gran cantidad de material del cual conservé una porción de cincuenta títulos. Están organizados a partir de grabaciones en estudio con canciones fuera de repertorio y versiones alternativas o material en vivo directo de consola, muchos son CD dobles y algunos tienen cinco, diez y más CD por cada título. Sólo como ejemplo, el bootleg “It's Not Too Bad” contiene veinticinco versiones diferentes de Strawberry Fields constituyendo un documento invaluable del “taller” creativo del querido John. De todo este material que rodeó la discografía oficial beatle, las compañías sólo editaron tardíamente las Sesiones en la BBC y hasta el propio Let it Be editado oficialmente en 1970 después del posterior Abbey Road, es una pequeña porción del bootleg The Twickenham Sessions (ocho CD en total) que circula desde 1969.

En Argentina, los Redonditos de Ricota editaron diez discos oficiales. Por cada uno de esos títulos circularon innumerables “piratas” de los cuales algunos son verdaderas joyas como el “Inéditos” de diecisiete temas que incluye los Demos en Estudios RCA de 1982, el Ensayo Instrumental de 1984, o el Paladium de 1986. Y eso que Argentina es un caso especial en la circulación de música con poco valor comercial y mucho valor documental. Los músicos locales, al menos en los años del Parque Rivadavia, fueron poco afectos a poner en circulación ensayos o grabaciones caseras sin el maquillaje de la edición comercial, tal vez Luca Prodan sea una excepción, pero claro justamente él era italiano. Tal vez haya colaborado a esa escasez la tecnología limitada de esa época, donde no había celulares a mano para el registro casual y el equipamiento de calidad era un privilegio de los más consagrados.

 Las grandes compañías discográficas optimizan ganancias y desde ese interés no tiene sentido editar diez títulos por año si con uno bien publicitado consiguen el rédito que sus estudios de mercado le indican posible. Ese espacio considerado de poco o nulo valor comercial, siempre fue cubierto por esa versión artesanal y más fanática de la música de la cual la Feria de Cabalito fue su mayor y más permanente evento en Argentina. Es lógico que para un mundo donde la falta de rédito es signo de estupidez, donde toda actividad, todo proyecto, toda producción y todo evento deben disciplinarse a la lógica del cuánto por cuánto, la Feria desafinaba. Por eso creo que no concluyó por sus errores, sino por sus aciertos, esos trabajos artesanales y apasionados que no terminaban de encuadrarse como comerciales y que tanto asustaron con su otredad a los hombres de negocio.

lunes, 23 de enero de 2017

La inconveniencia de la discusión política (opinión)


La discusión política tiene “mala prensa” por parte de los poderes concentrados. Cada tanto, alguno de sus voceros declara la muerte de las ideologías y el fin de la historia.
La resistencia a tal pretensión hegemónica la encarnan la vitalidad de partidos y organizaciones sociales y la expresan conceptualmente pensadores como Jacques Rancière: “la política es una actividad que tiene como racionalidad propia la racionalidad del desacuerdo”. Para el filósofo argelino, los disensos que deja en pié el debate democrático, no son algo malo, ni un signo de incompletud, sino un indicador de libertad, pluralidad y vitalidad social. 

Por lo contrario, la ideología que sustenta la inconveniencia del debate pretende borrar la diversidad de pensamiento. Esa ideología rechaza que la política vitalice a la sociedad, básicamente porque es un credo funcional a la riqueza en manos de unos pocos, y bien se sabe, que sólo la politización permite formar una mayoría que eventualmente presione y accione por una distribución igualitaria. 

Invocando la “paz social”, la “civilizada” apoliticidad promueve el desentendimiento por la cosa común, por la "res publica"; sus voceros recomiendan dejar todo en manos de especialistas (formados muy convenientemente por los poderes concentrados). El involucramiento de grandes sectores al debate sobre los asuntos comunes no solo insinúa peligro para los privilegios, también pone en presencia que, para confrontar opiniones, primero las partes debieran reconocerse como tales y dar "cierta condición de igualdad" a sus respectivas voces (Cornelius Castoriadis). 

Una política no discriminatoria y democrática traería problemas para conservar privilegios concentrados. Por esa razón, para la oligarquía cipaya que concibió el Estado argentino en 1853, indios, negros y gauchos no eran sus iguales y con ese argumento los silenciaron e impidieron que se integraran políticamente, Habitualmente, persiguieron y eliminaron a quienes se resistieran. 

Bartolomé Mitre, en carta a Sarmiento del 29 de marzo de 1863, fuerza el tratar como delincuentes comunes -no como rivales políticos- a los caudillos federales del interior del país: “no quiero dar a ninguna operación sobre La Rioja, el carácter de guerra civil. Mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía (…) declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción”.

Esa idea mitrista se repite hoy en la persecución penal a figuras políticas de los sectores populares.