jueves, 25 de mayo de 2017

La Feria de Discos del Parque Rivadavia


 Esta nota fue publicada originalmente en S6IS La Revista de Caballito, sección cultura.

Un domingo a mediados de 1982 conocí a quienes convocados por la música no hacía mucho habían comenzado a juntarse en  Parque Rivadavia. Después de probar citas en distintos lugares de Capital y de Gran Buenos Aires, algunas concluidas precipitadamente con los melómanos en un camión rumbo a la comisaría, Caballito había resultado ser el único lugar dispuesto a flexibilizar algo del impoluto orden cuartelario en el que venía disciplinada la sociedad argentina y hacer espacio para alguna disonancia.

Los encuentros junto al paredón del Colegio Normal 4 parecían más una exhibición de trofeos que un lugar de trueque -pero sin embargo ocurría- casi imperceptible para los recién llegados como era mi caso. Se veían grupos y títulos increíbles para quienes habíamos crecido oyendo los programas de “Fito Salinas”, “Modart en la noche”, “el Tren Fantasma” o leyendo la revista “Pelo”. Discos que no se encontraban fácilmente en Buenos Aires y en ningún otro lugar del país: alguno de los cuatro primeros de Frank Zappa, Electric Ladyland de Hendrix, Crimson, Jethro, Pink Floyd, Yes, Emerson, Lake & Palmer, Gentle Giant, etc; pero también estaban los discos no menos “raros” para la época, de Manal, Almendra, Vox Dei, Crucis, Sui Géneris y otros grupos nacionales.

La movida de rock local era un tema importante en los encuentros. Se hablaba bastante de conciertos locales, de grupos nuevos que aparecían y de previos que se multiplicaban en nuevas formaciones. Eso estaba creciendo y en Caballito se lo impulsaba con fuerza. Crecía en imágenes y en charlas entusiasmadas de regreso a casa bajo la sombra de las acacias de Ambrosetti, mientras el ruido de los cubiertos en las mesas atravesaba las ventanas.

Aquellas ferias tan cercanas al horario de los formales almuerzos familiares, de las tradiciones acatadas con mayor consenso; difundían esa movida musical para nada tradicional a la que inocentemente llamábamos “no comercial”.  Algo de eso había porque claro, no era la música de mayor venta de las grandes compañías grabadoras o la más difundida por las radios; pero en aquellos días esa característica estaba comenzando a cambiar. La guerra con los ingleses recién había terminado y los grandes negocios de la música estaban haciendo el “patriótico” esfuerzo de difundir un poco más de música nacional. El consiguiente giro en las ediciones y programaciones generó muchas oportunidades de trabajo local: se necesitaron nuevas alternativas para pasar en las radios y eso movilizó la formación de grupos, la grabación en estudio y la realización de recitales.

También se expresó con fuerza en los intereses y en los oídos de los habitués de los domingos. Cuando promediando los 80’s me integré como feriante, lo hice centralmente editando de forma artesanal –como casi todos allí- recitales y demos de grupos argentinos. El Parque era el lugar indicado para enterarse de las presentaciones por venir y también para conseguir una copia en casete de las del fin de semana anterior y hasta del mismo sábado apenas horas antes. En esa suerte de emulación del grapevine telephone de los esclavos, del que habla Creedence, muchas veces, eran los mismos compradores quienes terminaban de identificar el nombre de los temas grabados, los que eran apuntados cuidadosamente en birome para mejorar futuras ediciones.

En la Feria de los últimos años de la década del 80 estaban quienes canjeaban o vendían Lps y quienes canjeaban o vendían casetes. Junto al culto de una música aún de minorías se había instalado un comercio informal que complejizaba el simple intercambio inicial. También –aunque en dirección contraria- se habían instalado las visitas policiales y el ruido del expulsivo celo comercial de algunos libreros de la Plaza. Los primeros pidiendo lo que siempre piden y los segundos, con murmullos descalificadores y malos tratos debido a que concluían que la merma de sus ventas se debía a que la plata que traía la gente al Parque "se la gastaban en música" en lugar de comprarle a ellos que estaban allí desde antes.

Los videos en VHS aparecieron con fuerza en Argentina luego de la derrota del formato Beta de Sony a fines de los 80’s. De los  primeros títulos en el Parque recuerdo algunas grabaciones de la TV inglesa o estadounidense de los Beatles y copias counterfeit, también conocidas como fake, de algunos títulos editados en aquellos países. Al iniciar los 90’s ya circulaban las primeras filmaciones de recitales o apariciones en TV de las Bandas locales: Redonditos en Cemento, en Parque Sarmiento y en Obras Sanitarias, todos tomados con una -muchas veces- bamboleante cámara; Sumo clips del canal de cable Music21,  Attaque 77 en un ensayo,  Soda Stereo en la TV peruana, etc. Esos títulos, salvo ocasionales excepciones, volaban de los puestos mucho más rápido que cualquier otro título extranjero.

Había mucho material difícil de conseguir y esa era seguramente la característica más transversal y distintiva de la Feria. Muchas veces pasaban miembros de las Bandas más conocidas a comprar una copia de sus propios recitales: Machi Rufino, Sergio Dawi, integrantes del viejo V8 y muchos más. Al Parque o a las cuevitas de música, pequeñas disquerías que se fueron abriendo en la onda que impulsaba el Parque, también iban productores o gente de la Radio. Algunos de ellos pidiendo difusión para sus grupos y -cuando ya tenían el negocio montado- amenazando denunciar la existencia de copias ilegales. De esa angurria que derrama el capitalismo también fue invadida asiduamente la movida.

A mediados de los 90’s dejé de ir como feriante no sin antes intentar poner en marcha dos ideas: la primera armar una suerte de gremio que agrupara a quienes trabajábamos impulsando y difundiendo esa cultura que crecía casi como un nuevo folklore nacional, para defendernos de aquellos que parasitaban con una postura absolutamente comercial ofreciendo una copia deficiente de los éxitos de vidriera de alguna disquería, y del abuso de “habilitaciones” con caras de próceres que nos pedía consuetudinariamente la policía. La segunda, convencer a algunos para extender la Feria a otros días y horarios más allá de los tradicionales domingos. No funcionaron.

Cuando regresé como feriante en 2003 rescatado por un amigo luego del desastre comercial que me significó el paso del neoliberalismo, la Feria se había mudado al Parque Centenario. Las autoridades que dieron esa alternativa seguramente pensaron que la habían condenado al olvido, que el cambio de lugar iba a resultar fatal para tanto acostumbrado. No fue así. La concurrencia era aún más grande que la más grande que hubiera visto en el Parque Rivadavia y hasta había puesto de sanguches y gaseosas propio. La composición era heterogénea, pero la onda de difundir  material difícil por suerte aún preponderaba.

Estuvo buena, pero duró poco. En 2004 varios operativos con persecuciones, secuestros y causas penales aniquilaron la resistente voluntad de los feriantes.  Como en los principios en los 80’s, se buscaron otras geografías; pero la existencia de la Feria ya estaba muy ligada a su identidad caballitense y como si tuviera vida propia se negó a dejar el barrio.

En Febrero de 2005 me comunicaron de un “arreglo” con las autoridades para instalar nuestros puestos al costado de un estacionamiento a pocos metros del lugar anterior. Fuimos unos cincuenta y pese a que esta vez los certificados llevaban la cara de Sarmiento, a los pocos minutos de armar los puestos una delegación de “otra” comisaría vino a querer llevarse todo. Tuvimos argumentos y coraje para irnos, si bien la gran mayoría para no volver nunca más.

Estoy convencido que el final de la Feria de Música en Caballito no obedeció a razones particulares de sus partícipes, ni mucho menos al desinterés de sus fieles y cada vez más renovados asistentes. Contrariamente el evento expresó y mantuvo como ningún otro, esa cultura de música nacional que se irradió con fuerza en el país a partir de Malvinas aunque ya venía avanzando con permanencia desde sus primeros pioneros y cultores. Fue referencia para cientos de personas de las provincias argentinas que hacían coincidir sus viajes a Buenos Aires con algún domingo sólo para poder estar allí. Fue un lugar obligado de turismo para todo extranjero amante de la música que quería saber que se “cocinaba” musicalmente en Argentina y encontrar muchas rarezas hasta en su propio idioma. Fue un hecho folklórico de la Argentina y muy secundariamente una forma de ganarse la vida.

Las grandes compañías de música habitualmente editan sólo una pequeñísima parte de lo que producen los músicos, despreciando el resto por no rentable. Pese a no resultarles provechoso a ellos, como ejemplares perros de hortelano que son, siempre han buscado -y la mayoría de las veces logrado- impedir que ese material llegue por vías alternativas a quienes no se conforman con escuchar sólo una parte de los trabajos de sus músicos preferidos. Ese “resto” esa porción despreciada por las compañías fue el objeto que con tenacidad se puso en la Feria a disposición de quien lo quisiera. Ese fue siempre el punto en discusión, el problema de fondo, de superficie… y el que definió el final.

Los Beatles fue una banda con pocos conciertos comparada con otra cualquiera de su época, detrás de los doce LP -más un EP- oficiales que publicaron las compañías durante la existencia del grupo, existe una gran cantidad de material del cual conservé una porción de cincuenta títulos. Están organizados a partir de grabaciones en estudio con canciones fuera de repertorio y versiones alternativas o material en vivo directo de consola, muchos son CD dobles y algunos tienen cinco, diez y más CD por cada título. Sólo como ejemplo, el bootleg “It's Not Too Bad” contiene veinticinco versiones diferentes de Strawberry Fields constituyendo un documento invaluable del “taller” creativo del querido John. De todo este material que rodeó la discografía oficial beatle, las compañías sólo editaron tardíamente las Sesiones en la BBC y hasta el propio Let it Be editado oficialmente en 1970 después del posterior Abbey Road, es una pequeña porción del bootleg The Twickenham Sessions (ocho CD en total) que circula desde 1969.

En Argentina, los Redonditos de Ricota editaron diez discos oficiales. Por cada uno de esos títulos circularon innumerables “piratas” de los cuales algunos son verdaderas joyas como el “Inéditos” de diecisiete temas que incluye los Demos en Estudios RCA de 1982, el Ensayo Instrumental de 1984, o el Paladium de 1986. Y eso que Argentina es un caso especial en la circulación de música con poco valor comercial y mucho valor documental. Los músicos locales, al menos en los años del Parque Rivadavia, fueron poco afectos a poner en circulación ensayos o grabaciones caseras sin el maquillaje de la edición comercial, tal vez Luca Prodan sea una excepción, pero claro justamente él era italiano. Tal vez haya colaborado a esa escasez la tecnología limitada de esa época, donde no había celulares a mano para el registro casual y el equipamiento de calidad era un privilegio de los más consagrados.

 Las grandes compañías discográficas optimizan ganancias y desde ese interés no tiene sentido editar diez títulos por año si con uno bien publicitado consiguen el rédito que sus estudios de mercado le indican posible. Ese espacio considerado de poco o nulo valor comercial, siempre fue cubierto por esa versión artesanal y más fanática de la música de la cual la Feria de Cabalito fue su mayor y más permanente evento en Argentina. Es lógico que para un mundo donde la falta de rédito es signo de estupidez, donde toda actividad, todo proyecto, toda producción y todo evento deben disciplinarse a la lógica del cuánto por cuánto, la Feria desafinaba. Por eso creo que no concluyó por sus errores, sino por sus aciertos, esos trabajos artesanales y apasionados que no terminaban de encuadrarse como comerciales y que tanto asustaron con su otredad a los hombres de negocio.