domingo, 22 de julio de 2018

Ideología y traición


“Fulanito no es ningún boludo”, sentenció una voz en la puerta del local partidario, “se acomodó de gerente en Café Martinez y ahí lo ves… un bacán”. Y uno que milita desde ese lugar por un mundo menos arribista y meritocrático, en donde vivir con dignidad no dependa del éxito personal; reflexiona sobre lo que escucha con cierta amargura y desazón.

Aclaro que no es mi experiencia ni se de nadie que sostenga en su vida un estado ideológico puro, sin altibajos. “Dios nos libre de los puros porque ellos no entienden el mundo” me repetiría mi amigo Pablo recordando el dicho del padre Farinello; pero el punto no es la ubicación que cada uno sufre para sobrevivir en este mundo capitalista, sino la escala de valores desde la que se pondera.

Buena parte de los argentinos estamos convencidos: no hay que ser boludo al punto de dejar pasar la oportunidad de ganarse un puesto, una ventaja o una cometa. La cuestión es que ese convencimiento y no los deseos solidarios e igualitarios que se pronuncian por presión de grupo, indican la ideología real que comanda al cuerpo. 

En consecuencia y aunque parezca tautológico: sin coherencia no hay coherencia. Sin una convicción real todo es maquillaje, compensación de alguna cosa en uno que aún no ha terminado de crecer y de ponerse al mando. En esas condiciones de formación política, esperar lealtad a los principios que se declaran sería como esperar que el perro maúlle o que el chancho cante como un canario.  Dificil haya traición a los propios principios, sólo hay traición a un compromiso con los demás precariamente sostenido desde afuera.