Toda propuesta de transformación social debe
incluir la reivindicación feminista, de lo contrario se arrastrará en la
construcción hacia el futuro buena parte de la estructura condicionante del
desigual sistema de poder actual.
Lo femenino aparece en todas las culturas en situación de
subordinación a la autoridad masculina. Esta subordinación se excusa en
términos naturales y hasta ‘inevitables’, sustentándose en la diferencia
biológica entre los sexos. Por eso, el concepto de género, media la persistente
diferencia y busca superar el determinismo biológico implícito en los conceptos
de sexo y diferencia sexual (1).
El punto de vista conservador y patriarcal sobre la sexualidad
humana, sostenido desde la filosofía, reglado por el derecho y bendecido por la
religión dogmática, se justifica en un discurso biomédico arbitrario y
simplista que parte de la concepción de que a dos gónadas (ovarios y
testículos) solamente le deben corresponder dos sexos, dos roles sociales. Los
sexos son sólo dos: masculino y femenino, las relaciones sexuales tienen como
fin la procreación y la familia es la unidad natural de organización social.
Lo femenino es una fuerza retenida por la supremacía
masculina, desaprovechando energías y realizaciones desde una perspectiva
diferente y enriquecedora. La feminidad históricamente constreñida a la
maternidad impide la estructuración de una sociedad por fuerzas complementarias;
pero también ha desembarazado a los hombres de lo doméstico, del trabajo
anónimo de todos los días, propio de las necesidades vitales.
El feminismo es una larga historia de lucha de empoderamiento de las
mujeres frente a la tradición del poder patriarcal, construcción androcéntrica
social y cultural masculina. Con la Revolución Francesa la mujer fue guardiana
simbólica de la república, con la ilustración surgieron escritores como Nicolas
de Condorcet que escribieron a favor de la mujer y estas lograron participar en
salones literarios. No obstante el Código Napoleónico le negaba derechos
civiles y la relegaba al hogar, situación que perdurará hasta el siglo XX,
donde va a ser denunciado por autoras como Mary Wollstonecraft autora de “Vindicación
de los derechos de la mujer”.
El feminismo moderno trasciende la mera enumeración de agravios y
entra orgánicamente en el terreno de la reivindicación de la mujer y la crítica
a las estructuras sociales. Las corrientes sufragistas en EEUU en el siglo XIX
y especialmente la Convención sobre la mujer en 1848 en Nueva York, permitieron
percibirse por primera vez como colectivo social. Las ideas utilitaristas de la
época favorecieron la inserción laboral y paralelamente en 1869 se admitió el
voto femenino –por primera vez en las mismas condiciones que el masculino- en
el Estado de Wyoming, Estados Unidos.
Con Simone de Beauvoir en pleno siglo XX, comenzó una segunda ola
feminista que profundizó sobre las condiciones de desigualdad. En los 60s
durante las movilizaciones antibélicas, se promovió la salida de las mujeres de
la esfera de la domesticidad, su autodeterminación y necesidad de trato
igualitario. Así la lucha orgánica fue -y va- tomando diferentes expresiones
que revelan a la sociedad la necesidad de cambio.
La violencia de la desigualdad social tiene correlato físico en el
maltrato sobre las mujeres por parte de ciertos hombres protegidos por el
discurso de la privacidad. La militancia feminista aquí también logró comenzar
a sacar a superficie al descorrer el velo ideológico que establecía la
dicotomía privado/público en esferas separadas e impedía el tratamiento legal.
“El concepto de privacidad permite,
alienta y refuerza la violencia contra la mujer. La noción de privacidad
marital ha sido una fuente de opresión para las mujeres maltratadas y ha
ayudado a perpetuar su subordinación dentro de la familia”(2)
No se trata de unos locos que andan sueltos, ni de un
problema privado. El tema es de orden público y como tal debe ser enfrentado ya
no sólo por las afectadas sino por el conjunto social como parte de la
necesaria transformación. Por eso, aquellas luchas por la transformación de una
sociedad injusta, no deben olvidar en sus programas esta lucha
muchas veces solitaria que está en la base misma del sistema a superar, en la vida de todos los días.
(1) Lilian Celiberti Serrana
Mesa “Las relaciones de género en el trabajo productivo y reproductivo” Edición
IPS América Latina, Pág.11
(2) Elizabeth Schneider “La
violencia de lo privado” en “Justicia, Género y Violencia” compilación de
Julieta Di Corleto. Editorial Libraria Red Alas, edición 2010, Pág.43.