Introducción
Los
días 1 y 2 de noviembre de 2013 se realizó en la sede de la Universidad Popular
Madres de Plaza de Mayo (Buenos Aires), el "III Congreso de Pensamiento
Político Latinoamericano”. Esta ponencia se encuadró en el Eje 2 (Educación).
Desarrollo
Una
tarde de febrero del 2008 presencié una clase introductoria al Derecho a cargo
de un juez. Micrófono en mano ante más de cien estudiantes introdujo sin ningún
tipo de eufemismos: “Para una nueva
construcción del Derecho es necesario destruir algunas falacias: 1º) los jueces
no son neutros, ni objetivos, ni imparciales, 2º) el Derecho no es inmutable, ni
es igual a justicia y 3º) todos no somos iguales ante la ley…” Luego continuó
su alocución de tal modo que en apenas un poco más de una hora, concluyó de
enumerar varias falacias construidas sobre el Derecho y de explicar de un modo
sencillo el porqué de ellas.
Me
sorprendió cómo la erudición personal podía ponerse al servicio de otras
personas y como eso podía actuar en forma emancipadora. Su cátedra aportaba una
visión nada ingenua sobre una institución fundamental en la sociedad con la
misma simpleza y precisión del lugareño que dibuja un mapa simple para que el
recién llegado pueda ubicarse y saber a que atenerse. Me convenció con respecto
a que la seriedad de un aporte no pasa necesariamente por llenar hojas o por
abundar sobre lo que pensaron otros sin comprometer las propias elucubraciones
arriesgando aparecer elemental, aventurado o ridículo.
Una
información correcta puede revolucionar una vida. Y en pos de ello podrían articularse
desafíos pedagógico-académicos como invitar al intento de explicar un tema
nodal en un lenguaje accesible y rápido. Las razones del endeudamiento público,
las de democratizar los servicios audiovisuales o la justicia; el para qué de
un rol activo de parte del Estado, etc.
Una
respuesta compacta, simple, fácilmente representable. Ningún razonamiento que
gana la calle es tan complejo como para tener que oponerle un tratado lleno de
teorías y explicaciones, al menos para generar una fisura de duda. Simplificar
el lenguaje no necesariamente es perder rigor o profundidad y seguramente es
más adecuado a esta época rápida en donde parece no haber tiempo para detenerse
a leer más de tres párrafos o a escuchar más de algunos pocos minutos.
No
se trata de alcanzar una razón perfecta sobre el ser o las cosas, ni de poder
desmenuzar las más profundas explicaciones frente a argumentaciones pobres o
simples slogans, sino de desenmascar, cuestionar, quitarle ínfulas a las “verdades
absolutas”. Y estaría muy bien poder hacerlo en términos simples como cuando alguien nos dice: “hacer plata es lo más importante porque con plata
tenés lo que querés”.
Es
el desafío que propongo a este Congreso: poner el conocimiento académico y el
trabajo en equipo al servicio de un saber sencillo y profundo, en este caso: sin
largas explicaciones, ni citas sesudas, ni relaciones interdisciplinarias.