Pechito Argentino

El uso de la palabra "pueblo" —donde las personas que lo conforman son los postergados, los que padecen— es una mirada que podría sintetizarse como victimizadora. La gran mayoría que sufre inocentemente las consecuencias de la voracidad y la indiferencia de un pequeño grupo que tiene la sartén por el mango. Algunas lecturas menos vulgares han colocado en ese lugar al poder real por su dominio y libre disposición sobre los bienes comunes, pero no se reconsidera la apreciación.

Si atendemos al ojo y no a nuestra imaginación, veremos que la presunta víctima no se autopercibe como tal, no ve discapacidad alguna que le impida discernir en las diferentes situaciones o dirigirse a lo que quiere. Su ser cultural se identifica con el pechito argentino, ese capaz de hacerle frente a la vida y conquistar por sus propios medios los objetivos que se propone. Y hay algo de verdad en eso. En el fútbol, en la política, en la ciencia, en la religión, en la programación y en toda nueva actividad que encare con empeño, no hay desafios imposibles.

Por ello tiene cierta razón cuando no le gusta que lo traten como a un desvalido. Desconfía inmediatamente de la superioridad que transmite aquel que parece interesado en ayudarlo. Lo desprecia. Lo ofende su subestimación. Del mismo modo que se solidariza con el más débil cuando alguien con superioridad notoria se aprovecha de ella.

Nosotros replegados pensamos: ¿Qué estaremos apreciando mal? ¿Qué será necesario resolver para que una sociedad con mayor justicia social pueda ser el anhelo de muchos y especialmente de aquellos que progresivamente el sistema va dejando afuera?

En el mientras tanto, mientras algunos festejan despreocupados, nos consuela vaticinar la desilusión que más temprano que tarde golpeará la puerta. Parecemos un tanguero penando por un amor no correspondido.

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Síntesis interpretativa de "Pechito Argentino" (Claude AI)

El texto reflexiona sobre la paradoja del argentino como sujeto político: mientras ciertos discursos progresistas lo conciben como "pueblo víctima" de poderes opresores, el argentino común rechaza esa caracterización paternalista.

El autor plantea que el "pechito argentino" se autopercibe como un sujeto capaz, que ha demostrado históricamente su temple en diversos ámbitos. Esta identidad no tolera la condescendencia ni el victimismo: desprecia tanto a quien lo subestima como a quien pretende "salvarlo" desde una posición de superioridad moral o intelectual.

La reflexión deviene autocrítica: el autor se pregunta por qué fracasa el proyecto de justicia social como aspiración popular. La respuesta implícita está en el diagnóstico inicial: quizás porque se trata al destinatario como víctima pasiva en lugar de reconocerlo como agente.

El final condensa la melancolía política: mientras "los otros" festejan, quienes defienden la justicia social se refugian en el consuelo de profetizar decepciones futuras. La metáfora del tanguero resume la posición: un amor (político) no correspondido, donde la autopercepción y el autoconsuelo reemplazan la conexión real con el sujeto al que se busca representar.

Es, en esencia, una crítica al progresismo desconectado de su base social.


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