El origen de la expresión "pies de barro" está en el Viejo Testamento y tiene como protagonista a Nabucodonosor (605 - 562 a. C.) rey de Babilonia. El monarca soñó que una gran estatua con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de cobre, piernas de hierro y pies de barro quedaba desintegrada por una piedra que al rodar de la montaña había impactado contra sus pies. En la Profecía de Daniel, capítulo II, números 31 al 35, dice: “entonces se hicieron pedazos igualmente el hierro, el barro, el cobre, la plata y el oro, y quedaron reducidos a ser como el tamo de una era en el verano, que el viento esparce (capa dura y no comible del grano que queda esparcida en el terreno luego de cosechar). Así no quedó nada de ellos” (fuente: enciclopediadelapolitica.org).
Como describe Jorge Alemán en su
libro “Horizontes Neoliberales en la Subjetividad”: “el capitalismo ha logrado
para su extensión planetaria, intervenir, modular y producir una nueva
subjetividad”, a la cual “sólo la emergencia siempre contingente, de un sujeto
popular soberano, puede abrir un hueco”. No todo en nosotros es territorio tomado; la
imagen que acompaña este escrito muestra algo de eso que señala Alemán y que por lo general pasa inadvertido o es interpretado desde la lógica costo-beneficio del dinero. Tal
vez, como en el sueño de Nabucodonosor, el éxito futuro de una nueva política que
pueda ir más allá de los límites del capitalismo, no esté en competir contra lo
que es su fortaleza; sino en neutralizar las variables que sostienen la
imposición de su cultura, acrecentando los espacios no “tomados”.
Hace mucho -pero no tanto- a fines de la
modernidad, el tiempo que campesinos y
artesanos dedicaban a la supervivencia seguía un criterio muy distinto al que -con
esfuerzo- el capitalismo industrial logró imponer. Durante el
feudalismo un siervo producía lo necesario para su bienestar, sólo agregaba un
poco más previendo alguna eventualidad y para el correspondiente diezmo. La
falta de centralidad que tenía la producción en la vida personal explica mucho del porqué hasta la revolución industrial, las tasas de crecimiento eran muy
bajas. “La productividad no era un fin en sí mismo, pues a pesar de que se
podía producir más, se prefería producir lo suficiente, y dedicar el resto del
tiempo al ocio” (fuente: aquesada.com)
Los trabajadores opusieron
una gran resistencia a reemplazar su forma de vida por la que les deparaba ser empleados por los capitostes de la industria. El cambio les exigía perder gran parte de las
libertades y transformar sustancialmente su estilo de vida. Los Bills for
Inclosure of Commons (leyes sobre el cercado de terrenos comunales) había permitido a
los "lords" británicos apropiarse y cercar los campos antes propiedad
comunal explotada por el conjunto de campesinos locales. Sin embargo, hacinados en las
ciudades -y pese a la miseria otorgada- ellos huían a la proletarización abandonando la aparente fortuna de tener un
salario asignado.
La alienación producida en ese momento histórico está
suficientemente explicada por Marx, pero puede destacarse algo: la exaltación
de la libertad económica de las clases adineradas –paradójicamente- significó la pérdida
de la libertad para el resto de los habitantes. En Argentina, basta leer el Martín
Fierro para encontrar ese cambio retratado con claridad en las diferencias entre la primera
y la segunda parte del escrito. La "ley de vagos y mal entretenidos" prohibía no
tener empleo. O tenías la “fortuna” de un conchabo en alguna Estancia, en las extracciones
madereras, azucareras o algodoneras mayoritariamente inglesas; o de lo
contrario te mandaban a la frontera a matar “indios”.
Probablemente, con ánimo
de otorgar una justificación religiosa -aunque no sin desacierto- desde aquellas épocas se asimila el “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” del Antiguo
Testamento, con el posterior concepto burgués de “el trabajo dignifica”. Si bien los significantes pueden tentar a ser
asimilados, los significados de una y otra afirmación -relativos a las épocas
en que fueron dichas- son distintos. En el Antiguo Testamento, el trabajo aludido como causante del “sudor
de tu frente” es aquel que sería desplazado muchos siglos después por el
capitalismo industrial. En tanto que el
objetivo en la segunda afirmación, pareciera estar definiendo "el ser" por contar con un conchabo o empleo.
Se supedita la dignidad a un
merecimiento. Se desplaza la dignidad intrínseca de cada hombre y mujer que definen
los diccionarios y proclaman las Declaraciones de DDHH –especialmente los principios
llamados de segunda generación- y los Tratados que ellos inspiran. Por
cierto, afianzando un sentido común oportuno y útil para quienes requieren de
mano de obra disponible, sea la de los gauchos corridos de los campos o la de los “cabecitas
negras” provincianos en busca de mejor suerte en las grandes ciudades.
Otro concepto que podría generar más de un yerro en cualquier análisis es suponer
que el capitalismo aún viene por nuestra fuerza de trabajo y no por nuestro
tiempo. Si no fuera así, no podrían
explicarse el martilleo de la tv o la saturación de información sesgada desde
las redes, destinada a convertir en competencia y rédito todo plus y/o tiempo
disponible. Sin tiempo no hay posibilidad de reflexión , ni de profundizar la
comprensión de la realidad común, ni de crear alternativas a la asimilación. A partir del Siglo XX al capitalismo no le alcanzó con explotar la
fuerza de trabajo. Hoy el avance sobre el tiempo de cada uno implica todos los
ámbitos; no se limita como en un
principio al terreno de la producción y eso es así con independencia del
“estatus social” que provisoriamente se detenta.
El filósofo, escritor y cineasta
francés Guy Ernest Debord en “La sociedad del espectáculo” propone una justificación del porqué de este avance:
el obrero o el jornalero cuentapropista encuentran cada día en el disfraz de
consumidor, un status prestado que resulta una inversión compensatoria
a la desvalorización que siente como engranaje.
El sociólogo estadounidense Richard Sennett en “La corrosión del
carácter”, sostiene que hasta hace pocas décadas el capitalismo no había podido
expropiar tiempo de quienes estaban en el escalón más bajo de la sociedad. Hoy ni
siquiera “los pobres” pueden disponer gratuitamente de su tiempo, pues se les
ha expropiado, incorporándolos a la carrera de las marcas y al consumo de
estatus. “El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos (y formalmente
libres) sino al ciclo integrado de trabajo. Sólo los desertores escolares, los
vagabundos, los fracasados, los ociosos desocupados pueden disponer libremente
de su tiempo” (fuente: herramienta.com.ar) . Nuevamente aquí la indignidad de
la falta de trabajo –o la culpa
resultante- parece ser el factor común que disciplina las pulsiones.
El industrial
estadounidense Henry Ford a fines de la década del treinta , entendió muy bien que
reducir una porción de los márgenes de ganancia inmediata, era en realidad una
inversión a largo plazo que garantizaba la colocación de la futura producción
masiva sin tropezar con el sobre estoqueo de la crisis del 30. Para eso eran necesarios más consumidores y por eso los trabajadores debían pasar a ser a la vez consumidores. Así propuso -no justamente por sensibilidad social- incorporar dos variables: aumento de
salarios y reducción de la jornada laboral para que los empleados pudieran disponer de tiempo para el
consumo.
En 1931 el economista
inglés John Maynard Keynes pronosticó
que en los siguientes cien años se multiplicaría la productividad y el
ingreso de tal modo que se llegaría a satisfacer las necesidades básicas con
sólo quince horas por semana de trabajo, con la consecuente liberación de
tiempo libre para el ocio (fuente: La Nación). La diferencia sustancial de
ambos planteos es el sentido dado al tiempo libre. Mientras que Ford busca
apropiarse de cada hora a favor del rédito económico y para eso organizar el
ocio en torno al consumo; Keynes ve en ese tiempo libre una forma de recuperar la libertad perdida por el tiempo absorbido en la subsistencia (fuente:
historiaybiografias.com).
En Argentina, las
vacaciones pagas logradas durante los años del peronismo, son parte del
bienestar general que se democratizó estructurando una sociedad más móvil e
igualitaria. Mediante el turismo social, argentinos de todas las clases
sociales pudieron descubrir un país hasta entonces desconocido para ellos.
El encuentro con la naturaleza en la
montaña o en las playas, era fundamentalmente un encuentro con otros argentinos y
con la propia historia. Fuera de toda búsqueda de rédito económico, los precios
reducidos de los espectáculos, de los viajes y del alojamiento en destinos como lo fue centralmente Mar del Plata, posibilitaron
el acceso popular a lugares que hasta ese momento habían estado reservados a unos pocos privilegiados
(fuente: nuevomundo.revues.org)
No hay posibilidad de
capitalismos buenos como no la hay de machismos buenos. No se pueden retener las
recompensas del capitalismo sin trajinar su violencia, pero seguro –así lo
muestra la historia- se pueden tener otros goces y mejores. Obviamente, estamos
en el planeta tierra, año 2017, el capitalismo desarrolla su hegemonía sin
rivales a la vista; pero aún para lograr el primer milímetro de los pasos
necesarios, es indispensable saber adónde ir. Si no fuera así, los intentos podrían
quedar atrapados en un laberinto de espejos o los relativos avances -después de
mucho esfuerzo- podrían volver a punto cero.
Es indigno tener que
dedicar el 99% del tiempo de vida a ocuparse material y mentalmente por la
supervivencia. Durante los años de gobierno kirchnerista -y pese a que rehabilitar
el mercado interno llevó (tal vez) demasiado tiempo de incentivar el consumo- se avanzó
un largo trecho hacia el tiempo libre si bien no alcanzara para re-descubrirlo colectivamente.