La vida planificada


Desnudémonos pronto 
sin prejuicios ni prefacios.
Que se use
se gaste,
se consuma...

No dejemos nada fuera de este instante.
Ningún resguardo
ninguna nave en puerto,
ninguna cerradura.
Incendiemos por fin todo
para calentar la noche en que dejamos nuestros nombres.

Dónde creímos estar,
la vida planificada,
acaba de suicidarse. 


El guardián del último puesto


Qué dice la lengua a veces
el resto no se hace cargo,
pareciera brillar y alzarse con vida propia
sobre los naufragios y la lástima.

El desierto salado la desprecia
la envuelve en espuma,
el guardián del último puesto
quiere duplicar sus dientes y morderla,
afilar un puñal
y arrancarla. 
Dejar solo una gran boca
que coma
trague
calle.

Vida sin sobresaltos
la vida sin lengua
vida que calla
a los presos de adentro
que zapatean las tripas
y martillan las arterias, 
que buscan agujerear 
los reglamentos y los epitafios,
esos que algún día saldrán
y conquistarán el cuerpo.



El ombligo de la Constitución


¿Tiene ombligo el orden jurídico? La sacralidad con que se rodea a la Constitución parece indicar que no. Se nos muestra innacida, como si siempre hubiera estado allí y que allí debe estar para tranquilidad de los pacíficos (pasivos) ciudadanos.

Es mucho más económico y duradero (se lo explicaba Maquiavelo al Príncipe) sostener una situación por persuadir el consentimiento que arrancar el sí a los palos y hoy, la "seguridad jurídica" es un argumento convincente para quien juntó algunas cositas y no las quiere perder. Así, por esas pequeñas mezquindades, avanza el sentido común que aleja los peligros de la casa del amo.

¡No se puede pasar por encima de la propiedad privada consagrada por el articulo 17!, nos dicen los jurisconsultos... ¡hay que "dejar" que la sociedad se regule por la "buena voluntad" de los individuos que saben hacer la diferencia!, nos dicen los economistas. Y nosotros -—la clase media que los sostiene— pensamos: "quizás tengan razón, tal vez con un golpe de suerte podríamos estar nosotros también en ese círculo de privilegio..." y así el statu quo sigue y sigue intacto.

Sería más provechoso para la mayoría que el ordenamiento jurídico, desde la Constitución a la última Ley, garantizara el bienestar colectivo salvaguardándolo de los desbordes individuales; pero lo que se sostiene es exactamente al revés: se salvaguarda el bienestar individual de los desbordes colectivos.

Sin embargo, el más alto nivel de una sociedad es la comunidad misma, nosotros mismos con nuestros acuerdos y desacuerdos resueltos por mayoría. No la letra impresa por más apropiada y oportuna que nos haya parecido alguna vez, por más parecida a una Biblia nos la presenten.

La ley sin ombligo viene desde el fondo mismo de los tiempos para traer la "verdad", la ecuanimidad... la “neutralidad”.

¡Basta de mentir! Aquí no hay ni hubo nunca neutralidad, ni sacralidad, ni todopoderosas autónomas investiduras. Sólo los privilegios que permitimos en nuestro proceso de maduración política a través de los tiempos. La ley la hacemos nosotros. ¿Quién sino?

(nota del autor) Recomiendo especialmente la lectura del “Informe del Despacho de la Comisión Revisora de la Constitución, brindado por el Dr. Arturo Enrique Sampay, el 8 de marzo de 1949” en "Constitución de la Nación Argentina 1949” con estudio preliminar del Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, Edición: Archivo Nacional de la Memoria.

Habitaciones vacías

A Kelsen con desprecio

Hans se fue de la carne
quemó la moral
sacó la gente
sacó las cosas.
Dejó un esqueleto para disponer
un ordenamiento perfecto

Apiló hueso sobre hueso
con exquisita puntillosidad demente.
En la pirámide
no habría ojo
ni pulgar
ni lengua que escapase del lugar asignado.

Sin sudor,
olor
o sangre,
sumiso ante la razón poderosa
por fin podría despreciar la humanidad de lo imperfecto

Hans supo muy bien,
el vacío luce inocente.
Un buen escondite
también puede estar en la candidez de las formas.
Nadie se atrevería a decir:
"en el abstracto está el garrote,
la injusticia"

Pero el monstruo sigue allí
sin rostro.
No hay más hombre
cuando se lastima
cuando se quita.
Sólo una larga fila y una incómoda suerte:
nadie a quien romperle la boca en las habitaciones vacías.