Cualquier excusa viene bien con tal de no reconocerse engañado: casi un sinónimo de boludez en estas tierras. Lo digo más suave quien paga medio sueldo y se escracha ante sus amigos en algo que finalmente resulta un fiasco; primero, va a tratar de autoconvencerse y de convencer al otro de que su elección fue correcta. Si la cosa ya fuera indisimulable y el fastidio fuera en aumento, quizás encuentre oportuno una buena excusa: los de al lado, la demora, la pesada herencia; cualquier cosa menos su criterio. Si recibe algún reproche va a tratar de descalificar al crítico y finalmente va a terminar convencido que ha sido la mejor decisión, que ha estado magnífico y finalmente comprará un botón con la cara del ídolo. A porfiado la realidad no le va a ganar y si no cierra va a inventar otra.
Claro, el tiempo pasa, las realidades se
suceden y hay arrepentidos; a ninguno de ellos escuché justificar su voto con
el engaño. Lo más común fue: “yo lo voté
porque prefería cualquier otro antes que a un peronista. Sin embargo lo han amasado con tiempo, no tanto en la pobre propuesta del partido ganador, sino en la
demonización previa de su rival–eso que arranca como mínimo en 2008- Tampoco ha colaborado la desestimación y consecuente falta de respuesta a ello.
La estrategia de
mostrar lo mal que estamos tampoco parece de mucha ayuda, hay gente que nunca está mal, que tiene resto y acomodo por tiempo indefinido. No parece que esa táctica tenga fuerza suficiente, es más, el kirchnerismo en eso ya arrancó 1-0 en
contra y sería fácil poner las responsabilidades en la instalada “pesada herencia". Eso ya está, hay
que buscar meter goles por otro lado y no tratar de volver atrás los en contra. Ya el tiempo -quizás no demasiado tiempo- y ulteriores acontecimientos se
encargarán de propiciar —si importara— una re-lectura que demuestre la falsedad de esas y otras acusaciones.
Ahora bien, mientras esos
acontecimientos aún no precipitan y porque uno no es de palo, arriesgo una ficción. Para quienes conocemos información dura y no sólo opiniones, es evidente
que el estigma creado en relación al peronismo es justamente eso: creado,
artificial. Entonces en lugar de intentar desmentir el eslogan en si y afirmar en la discusión la postura contraria, tal vez y en orden de poder hacer algo, sería
mejor descubrir de qué se agarra ese invento, ¿por qué ese invento funciona con toda la realidad en contra?.
En la antigüedad, los males sociales se curaban con sacrificios; pero bueno, hoy somos mucho más
civilizados y racionales, ¿o no? Sin embargo y compensando algo de esa soberbia científico-civilizatoria,
algunos locos como Lacan han afirmado que un trasfondo irracional es el que en
definitiva termina siendo parte indisoluble del propio pensamiento y de la
realidad que se percibe. Si así fuera, es muy probable que el invento se agarre
de algo ya sedimentado en el inconsciente colectivo nacional. Es para
investigar si es un camino razonable o no; pero, ¿a cuántos de nuestros
ciudadanos les provocaría pánico imaginar que sus vecinos descubran que en
realidad él, que parece tan europeo y civilizado, en realidad es un negro de
mierda?, ¿que tiene sangre mapuche o alguna de esas vergüenzas aprendidas en su
cuerpo? Él, que ha logrado instalarse en la Argentina blanca y en
la intimidad de su sueño se sentiría un colado.
Él posee. Lo que tiene es
garantía de su pertenencia, de merecer el respeto propietario de los otros por haberse labrado una "posición". Podría resultarle cruel que se concluya que ha
comprado un respeto, pero cabe la duda -porque imaginemos: ¿qué pasaría con ese
respeto, con él y su familia si todo el mundo pasara a tener lo que él tiene? ¿Qué lo distinguiría?
Ser lo que se tiene coincide con
la cosificación propia del capitalismo pese a que los monárquicos de sangre
azul, que aún sobreviven en sus castillos, siempre han sabido diferenciarse de la —para ellos— gentuza. Pero bueno,
creada la ilusión de la pertenencia, mejor es que no haya nuevos “tenedores” por
causa de alguna política de justicia social re-distributiva. Bien se sabe en el
capitalismo, que la regla de juego meritocrática nunca será inclusiva. Todo lo
contrario, con esa regla de juego solo llega uno de cada diez o de cada cien según
la época o circunstancia. Por ejemplo: la inmigración de fines del siglo XIX y
principios del XX abrió el cupo a mayor cantidad de meritorios porque hacían
falta blancos para desteñir cierta población oscura que habitaba un país cuyos
dueños soñaban en europeo.
Todo esto es —como seguramente quien
lee supondrá— una ficción que sólo sirve al efecto de señalar un mundo
subterráneo, al que algunos diseños comunicativos saben llegar
porque han comprobado que allí hay una velocidad diferente a la de los razonamientos, la velocidad del miedo. Y saben que los valores
que confirman quien es uno, son los que más se defienden en ese mundo porque
son mucho más fundamentales que la tarifa del gas, de la luz y unos cuantos
cachetazos en los gastos.
Ojalá lo inexacto o aventurado de
este escrito sirva a convocar el encuentro de mejores explicaciones. Ya las materiales
y evidentes –las hemos comprobado y no son. Van a seguir votando al mismo o
alguno parecido con tal de no tener pesadillas. Esas pesadillas que engañan
y comandan desde hace mucho su ser argentino.
Nota del autor: gracias a Rosanna Fiocco por su crítica preliminar.
