El viento abrió la ventana con empujones rítmicos y se metió en la casa, golpeó las puertas durante horas o días hasta destrozarlas. Una vez que logró arrancar el techo, derribó las paredes y poco a poco, pulverizó cada asomo de materia organizada. Solo se apiadó de unos pocos ladrillos semienterrados, pequeños huesos señalando que alguna vez, alguien allí construyó un lugar de humanidad.
Hará una eternidad de eso o quizás solo fue recién que estoy muerto y desde entonces, floto sin voluntad hacia donde el viento o la brisa más suave me llevan. Desde el pueblo a las chacras y desde las chacras al pueblo. Me aquieto en la orilla del mar, sobre la arena, pero al instante estoy de regreso. Paso por encima de la gente, de los autos, de los techos, me arrastro en el asfalto, gano altura en el polvo de un remolino, me detengo en la copa de un árbol o me enrosco en el fondo de un estanque vacío.
Extraño, pero preferiría extinguirme a flotar para siempre. Extraño al recordarme de niño al borde de la cama, pidiéndole al dios del viejo mundo que me conceda no morir nunca.
Tal vez esto de estar flotando de aquí para allá y de tiempo en tiempo, sea solo una recorrida a modo de adiós, un último esfuerzo para que al fin termine por aburrirme de mí.
¡Tantas veces intentó decírmelo Johana!
— Papá, me fastidia tu lógica. ¿Cómo podés afirmar tan livianamente que todo va a perder razón de ser porque no vas a estar? ¿La ganó acaso cuando apareciste?
¡Johana tan joven! Su nariz zigzagueante y su lengua que intenta ayudar. Haciéndome pensar ante cada naufragio, a considerar lo aburrido que hubiera sido mi vida si la desventura no me ponía, de vez en cuando, en situación de rehacerme.
Así fue y lo fue muchas veces, pero ahora es distinto. Esta vez no me toca hacer ni rehacer nada. El viento me lleva con rítmicos empujones y floto sin otra voluntad que su impulso por los agujeros de un mundo al que —supongo— ya no pertenezco.
El viento me transporta y con la delicadeza de un arqueólogo me aliviana de pretéritos acumulados, de esperanzas. Todas se desprenden y salen como piezas de un puzzle que ni bien mostradas, se constelan y giran alejándose.
Los reflejos del sol naranja se apagan detrás de los médanos y cualquier oído que hubiera estado vivo aquí y en cualquier tiempo, no podría haber dejado de oír el mar cercano. Y cualquier olfato escondido en la nariz más fría, sentiría su olor a sal y a yodo. Pero no huelo ni escucho porque ya no tengo nariz ni oídos. Y es poco probable que esté siquiera mirando los lugares por donde floto… quizás solo sea mi memoria que se desinfla.