Golpeando al troll


No se me ocurriría renegar del avance comunicacional que aportan las redes, pero me anoto en considerar los riesgos de una postura desprevenida. Hace años en Mar del Plata, mi amigo Noriyuki solía comentarme anécdotas de las Companies en Japón. Me impresionaba particularmente eso de que izaran la bandera de la empresa antes de iniciar cada jornada y más aun, que pusieran muñecos con la cara y apariencia del jefe en los pisos bajos para ser golpeados por cualquier empleado sin temer consecuencias en su continuidad laboral. Noriyuki me explicaba que los muñecos tenían un sentido funcional y práctico. Al descargar oportunamente la tensión de la fuerte exigencia o de la injusticia, el asalariado no llegaba a generar complicaciones que afectaran el buen funcionamiento general.


Las redes seguramente nacidas para facilitar y acelerar los procesos de intercambio inter grupales o personales trajeron varias utilidades extras; algunas de ellas hoy evidenciadas como la de estimular determinada conducta político-social a través de la manipulación de la información, los troles, las fake news y toda esa ingeniería. Tampoco es menor el hecho de poder recolectar información personal para elaborar algoritmos destinados a explotar con eficacia determinados perfiles de consumo o de receptividad a determinados discursos.

A toda esta incompleta enumeración de provechos, sería imprudente no añadir la posibilidad de controlar el temperamento social. Padecer un mundo dado vuelta teniendo la opción de poder pegarle al muñeco del sótano esta vez posteando las tensiones acumuladas; seguro achica las posibilidades de una catarsis pública con todos los riesgos de contagio que eso implica y los costos para el statu quo que incorpora. Mejor que los muchos griten en el mundo virtual, que es público pero sin cuerpos. Son los cuerpos los que traen problema, cuando forman masa y precipitan su descontento en el mundo concreto.  

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